lunes, 17 de diciembre de 2007

domingo 16: algunos vestigios de la zona




la zona está ahí
más allá amarilla
verde, torrentosa
(...)
para este verano
¿no la ven?...
(Fundación mítica de la zona, Florencia Minici)



domingo 16, 18 hs.: a la zona... con las minas


perdido, hay luz afuera


aquí puedes empezar de nuevo...



Corintios 5.17


vamos a la zona... únete a nosotros

Destino: La Zona.
Objetivo del día: Explorar vestigios de la zona en la estación de Caballito.
Equipo: Florencia, Virginia, Pablo.














jueves, 6 de diciembre de 2007

EL BROTE

De madrugada asomó el primer brote:
llovía, y al acercarse a contar
-dos hojas, ¿tres hojas?-
el tallo la contempló y esbozó una sonrisa lívida
desde el zócalo. Vio espinas, bajo relámpagos,
sedientas como pequeñas dentaduras
y en sus huesos sintió un rechinar enfermo, que por horas
la mantuvo inmóvil, perdiendo y recuperando la visión
del minúsculo primer retoño.
A pesar de su presencia leve
-en el zócalo, en el cuarto-
evaluó cada posible peligro. ¿Tuvo miedo?
o, a falta de sensación más fuerte, no evitó
ir a la raíz, descubrir
que había germinado en su propia ausencia
de lugar y tiempo, y era sólo eso:
dentro del aire, reverberante y frío,
una fuerza invisible, más profunda que el silencio.
Se rindió, de rodillas, intentó un corte con tijeras
pero en su palma la traquea rasgada, aguda
le exigía crecer, y ella
que nunca había visto algo
crecer, buscó la objeción,
giró, se perdió en la blancura ascéptica
-pared, pared, pared, pared- y más allá,
el espejo, que le pedía un poco de sangre.
Entonces volvió a la cama, abrazó la almohada,
y se dejo acceder, hasta ser ella misma
la grieta más honda del dormitorio.
Primero sintió puntadas súbitas
como de un solo dedo pálido
luego el brote circulaba en un torrente
hasta sus cimientos -afuera y adentro-.
Todo alrededor florecía, verde y afiebrado.
Toda la noche, fue ella
verde y afiebrada. Por la mañana,
amaneció entre médulas, luchando por un respiro
se deshizo de la maraña
que había invadido las cavernas de su nariz y sus orejas
y contempló:
toda su habitación era una selva fósil
el esqueleto vegetal negaba el aire en cada dirección.
Con las uñas extrajo oxígeno de los pliegues
y una brizna de sol se deslizó por la enramada
desmalezó, barrió, embolsó
borró hasta el último residuo, hizo el desayuno
en la ducha fregó su piel
en la oficina, hizo llamados, selló formularios, fumó, bebió café
como si esas intoxicaciones pudieran infectar la raíz
o si quiera retardar un próximo crecimiento.
Mientras redactaba correspondencia
reponía -sin querer- puntos de contacto
entre El Auge y La Caída. A hurtadillas
miraba el piso:
en platos playos matas muertas, en macetas
tierra, hojas, flores secas
bajo el escritorio se extendían yemas dulces
infectando el teclado, abriendo botones
ingresaban a la ropa por la fisura
preparaban para el latente fruto
un venenoso ascenso.


de GRACIA LAZARUS,
poemario en proceso

sábado, 24 de noviembre de 2007

COFRADÍA

Donde el miedo confunde sus huesos

como si crujir los transfigurara en ramas

de un mismo árbol seco.

El único en el campo abierto de la noche.

Cerca de ahí, respira la amenaza, por detrás

y a cada lado: el peligro no tiene forma exacta,

merodea, abriendo fauces más profundas que la oscuridad

y que en ella se evaporan.

Parte un rayo de la tierra

cortando el aire escala el cielo

hasta abrirse como una gran violeta.

El llamado los convoca hacia el halo de las linternas.

Agitando sus garras, en ausencia de sus voces

el clan grita “es acá”.

Sólo uno recibe el destello en el tórax

pero la fusión del metal con la carne

cava un abismo donde uno a uno van cayendo

como tablas de dominó.

Luego se levantan, huyen. Lo dejan sólo.

Cuando los cazadores se cierran en ronda

del brillo de sus miradas germinan estrellas

y hasta de algunos brotan lágrimas

que no lo tocan.

Mientras lo atan y colectan en un saco

alguien señala: “es extraño como la vida los consume

teniendo la oportunidad de ser bestias

se vuelven tan indefensos”.

Al ser tomado, perdiendo un coágulo,

piensa “me encontraron, sin haberme manifestado”

y mientras su latido se disuelve, examina

su breve pasado en las cavernas

donde aprendía a morir tiernamente.

Al caer en el fondo del costal

enseña las cavidades donde

podrían haber nacido los colmillos.

Quiere protestar

mientras cae en la última madriguera del sueño,

como quien entra para escapar de un grave error.