Donde el miedo confunde sus huesos
como si crujir los transfigurara en ramas
de un mismo árbol seco.
El único en el campo abierto de la noche.
Cerca de ahí, respira la amenaza, por detrás
y a cada lado: el peligro no tiene forma exacta,
merodea, abriendo fauces más profundas que la oscuridad
y que en ella se evaporan.
Parte un rayo de la tierra
cortando el aire escala el cielo
hasta abrirse como una gran violeta.
El llamado los convoca hacia el halo de las linternas.
Agitando sus garras, en ausencia de sus voces
el clan grita “es acá”.
Sólo uno recibe el destello en el tórax
pero la fusión del metal con la carne
cava un abismo donde uno a uno van cayendo
como tablas de dominó.
Luego se levantan, huyen. Lo dejan sólo.
Cuando los cazadores se cierran en ronda
del brillo de sus miradas germinan estrellas
y hasta de algunos brotan lágrimas
que no lo tocan.
Mientras lo atan y colectan en un saco
alguien señala: “es extraño como la vida los consume
teniendo la oportunidad de ser bestias
se vuelven tan indefensos”.
Al ser tomado, perdiendo un coágulo,
piensa “me encontraron, sin haberme manifestado”
y mientras su latido se disuelve, examina
su breve pasado en las cavernas
donde aprendía a morir tiernamente.
Al caer en el fondo del costal
enseña las cavidades donde
podrían haber nacido los colmillos.
Quiere protestar
mientras cae en la última madriguera del sueño,
como quien entra para escapar de un grave error.
1 comentario:
este escrito es fantástico.
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