sábado, 24 de noviembre de 2007

COFRADÍA

Donde el miedo confunde sus huesos

como si crujir los transfigurara en ramas

de un mismo árbol seco.

El único en el campo abierto de la noche.

Cerca de ahí, respira la amenaza, por detrás

y a cada lado: el peligro no tiene forma exacta,

merodea, abriendo fauces más profundas que la oscuridad

y que en ella se evaporan.

Parte un rayo de la tierra

cortando el aire escala el cielo

hasta abrirse como una gran violeta.

El llamado los convoca hacia el halo de las linternas.

Agitando sus garras, en ausencia de sus voces

el clan grita “es acá”.

Sólo uno recibe el destello en el tórax

pero la fusión del metal con la carne

cava un abismo donde uno a uno van cayendo

como tablas de dominó.

Luego se levantan, huyen. Lo dejan sólo.

Cuando los cazadores se cierran en ronda

del brillo de sus miradas germinan estrellas

y hasta de algunos brotan lágrimas

que no lo tocan.

Mientras lo atan y colectan en un saco

alguien señala: “es extraño como la vida los consume

teniendo la oportunidad de ser bestias

se vuelven tan indefensos”.

Al ser tomado, perdiendo un coágulo,

piensa “me encontraron, sin haberme manifestado”

y mientras su latido se disuelve, examina

su breve pasado en las cavernas

donde aprendía a morir tiernamente.

Al caer en el fondo del costal

enseña las cavidades donde

podrían haber nacido los colmillos.

Quiere protestar

mientras cae en la última madriguera del sueño,

como quien entra para escapar de un grave error.